El cuerpo es el mejor vehículo que existe

Úrsula, una buena amiga que vive en un pueblecito del Pirineo Aragonés, me explicaba que ella a pesar de vivir en un lugar tan pequeño, en el que sólo conviven 9 personas, le encantaba ponerse bonita, arreglaba su pelo con flores, faldas con vuelo con las que al girar parecía una bella amapola, adornos que le colgaban del cuello o rodeaban sus muñecas. Siempre estaba preciosa, a pesar del clima duro y las condiciones de vida difíciles.

Miraba a su alrededor y me decía, ¿pero tú ves que bonita es la naturaleza?, como no voy yo a intentar regalarle a la montaña, a los árboles, a todos los seres un poquito de esfuerzo y vencer la pereza para poder agradecer lo que ellos me dan constantemente. Después me miraba con cariño, y me decía, este cuerpo sólo es un vehículo para mi alma, quiero que mi alma viaje cómoda y en un lugar hermoso.

El cuerpo es el mejor vehículo que existe, la máquina más extraordinaria de la que disponemos.

Nacemos aprendidos, sabemos cuando tenemos hambre o sed, cuando tenemos frio o calor, cuando tenemos ganas de reír o de llorar. Instintivamente el cuerpo, porque es sabio conoce sus verdaderas necesidades.

Es en los dos extremos de la vida cuando el instinto es más o menos sano. Cuando somos pequeños y cuando la vejez es nuestra aliada, vivimos en concordancia con los ritmos, horarios, estaciones, cantidad y tipo de alimento. Estamos armonizados con nuestras necesidades.

Nos auto regulamos perfectamente, al ir creciendo empezamos a alimentarnos siguiendo las directrices de nuestros padres.

Son pues la juventud y la madurez las etapas en las que nos alejamos de lo natural e instintivo. Es como se dejásemos de confiar en nuestro cuerpo, empezamos a distanciarnos de esa conexión que nos dice lo que necesitamos realmente y en qué momento lo necesitamos.

A menudo podemos observarnos ingiriendo comidas basura, harinas blancas y azúcares, podemos comer a cualquier hora y en cualquier lugar, comer mientras andamos o mientras trabajamos en el ordenador.

No debemos de olvidar que nuestra manera de alimentarnos se corresponde a nuestra manera de vivir, hemos de poner consciencia en ello.

La comida es en algunas ocasiones sinónimo de recompensa, en otras, materia de castigo. Intentemos conectar con ese aspecto que más peso tenga en nuestras vidas y darnos cuenta de que si lo que más influye es el aspecto emocional, hemos de aprender a expresar las emociones.

Pongamos atención en escuchar a nuestro cuerpo, él sabe lo que necesita en cada momento.

Es importante poner conciencia en nuestra alimentación y en el acto mismo de alimentarnos. En los efectos no sólo físicos o anímicos, sino también espirituales que cada alimento produce.

No hace muchos años, las familias españolas bendecían la mesa, el acto de bendecir hace que nos paremos unos momentos antes de “atacar” la mesa, una pequeña pausa que llevaba al sosiego y nos preparaba emocionalmente antes de comer, dar un espacio a los agradecimientos de aquellos que hacen posible que ese producto esté en nuestra mesa, valorar lo mucho que recibimos constantemente de la vida.

En la escuela Waldorf de mi hija pequeña, todavía se bendice la mesa, y ella nos ha traído de nuevo ese regalo a nuestras vidas. Comparto las palabras que ordenadas de forma melodiosa, nos llevan a poder conciencia en nuestra mesa

Tierra estos frutos nos has dado
Sol esto tu luz ha madurado
Sol y Tierra bien amados
Nunca seréis olvidados

Caminemos hacia una alimentación racional y consciente. Conectemos y confiemos en nuestro cuerpo. Pongamos “intención” y belleza en nuestros actos.

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