Lo cotidiano en Baobab. Entrevista a Darío

Darío Restaurante Baobab

Soy Darío. Un chico que acaba de cumplir 21 años y que piensa qué hacer con su vida. No me he marcado ninguna meta, porque soy un indeciso; quiero hacer tantas cosas, que no sé qué escoger. Me considero una persona sonriente y más que escribir un whatsapp, prefiero quedar y charlar en persona.

Seguir sonriendo a un cliente mientras ves a través del cristal que se te lleva el coche la grúa tiene mérito. Mucho. La anécdota es de Darío, el joven camarero sonriente que el pasado mes de abril hizo sus prácticas de hostelería en Baobab y se quedó. Su motivación en el trabajo es precisamente el trato con la gente. Después de haber trabajado en hoteles como “transportador de platos”, este veinteañero disfruta entablando conversación en un ambiente más cercano. Y claro, hay gente que se cuando va a Baobab le llama por su nombre. Y eso le gusta.

Es un convencido de que cada uno recoge lo que siembra y de ahí la empatía que le caracteriza, sobre todo con los amigos.

Los cuenta con los dedos de una mano, pero es un verdadero especialista en ayudarlos. Eso sí: en persona. Porque de redes sociales nada. Con 21 años y ni twitter ni whatsapp. ¿Para qué? ¡Si lo mejor es quedar en persona y contarse las penas mirándose a los ojos! O las alegrías, que dice que se ríe con cualquier cosa. Que no, que no… que no es un personaje típico. Más bien huye de las cosas que le gustan a todo el mundo. Lo de las modas no está hecho para Darío, que en cuanto pueda, se retirará a un pueblo pequeño para alejarse de la frialdad urbanita, que en la ciudad la gente siempre tiene prisa y los atascos le resultan insoportables. No necesita gran cosa; se apaña estando en contacto con la naturaleza y con un poco de buena compañía. Y si no hay nadie conocido a mano, pues se descubre, que la buena gente abunda y dice que es fácil reconocerla.

Darío sabe muy bien lo que le gusta. Pero es lo único que tiene claro. Para lo demás, indecisión. De hecho, si pudiera ser un superhéroe, sería alguien con velocidad máxima para poder hacer un montón de cosas en las míseras 24 horas que nos da el día. Porque claro, alguien que no sabe si prefiere ser juez o periodista, o escribir un libro o dedicarse a cualquier tipo de deporte o tocar la guitarra, necesita tiempo para asumir la infinidad de aficiones que se quedan por el camino porque aparecen otras. Ya le clavaron el apodo de pequeño: el colibrí. Y aunque ahora se ha calmado un poco, el pajarillo sigue asumiendo que no sabe muy bien qué hacer con su vida. Pero no lo dice ni decepcionado, ni desorientado, ni desesperado, ni con un “aleteo” nervioso. Más bien acepta la condición de indeciso como parte de la aventura. Y está dispuesto a improvisar y a disfrutar de la elección.

El “chico de la pasta” como le llaman en cocina, recomienda siempre los raviolis y los cuores de la carta.

Y pide que en la entrevista salga el nombre de Maria Isabel. Es su madre. Hace 10 años que murió y que les dejó solos a él y a su padre. Es una de las razones por las que Darío se declara orgulloso de su familia. Al contrario de lo que podría parecer, dice que se lo ha puesto fácil a su padre y que prefiere ser hijo único. Pues eso, que no le gusta lo que a todo el mundo. Para tópicos, mejor otro restaurante. En Baobab, está Darío.

Vale la pena aprenderse su nombre, porque estará ahí, sonriente, pase lo que pase con su coche tras el cristal.

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