¡Pasen señores, pasen y vean! Sesión continua y en versión original. Todos los días son del espectador. Que atiende y acata. Acepta la trama.
Y es que ¡no dejamos de contarnos historias! A cada rato, oiga. A nosotros mismos. En cada esquina. Como por una obsesión de emborronar el silencio. De contener al vacío. De convencer al mudo observador. Y nos contamos historias, de amor y de llanto, de risa y combate de angustia y arena. Historias del niño que dejo de serlo. Del viento que un día despertó el olvido. Del tiempo que arrastra, que engulle, que agota.
Y está bien, ok, es nuestra naturaleza. Distraer la mirada. Por pasar una vida… Pero, ya que estamos. Si hemos de ser protagonistas de algo, que sea con fundamento, ¡qué carajo! Héroes o comediantes, furcias o vengadoras, ilusionistas o kamikazes. ¡No nos quedemos a medias!
Aunque el decorado venga dado y el reparto a veces improvise, por nosotros que no sea. Y cuando la historia termine, el libro se cierre y la vela se apague, que al narrador le quede el regusto de que mereció la pena. Que puedan decir de nosotros que al menos lo intentamos.
¡Ah! Recordad también incluir en vuestros guiones acudir de vez en cuando a reponer energías al restaurante ese con nombre del árbol plantado al revés.
Sean felices (o lo que se les antoje), raíces al viento, y como dice nuestra abuela desearles que “en nuestro cuento feliz, su cuento feliz sea contado”. ¡Buen provecho!
Texto aparecido en el Menú de Hoy de Noviembre de 2016